YA TE LO DECÍA YO
Cuando mi sobrino apenas conseguía levantar el culo del suelo corría hacia todos los enchufes de la casa. Desde el momento en el que le explicamos que si metía allí sus pequeños dedos “se haría pupa”, su interés por comprobarlo “in situ” creció desmesuradamente. Se acercaba, lo miraba y vigilaba si había alguien a su alrededor para ejecutar su acción. Inmediatamente me decía: “Gon chuche no. No, no, no” al mismo tiempo que movía el dedo y su cabeza para remarcar su negación.
Nos pasamos toda la vida recibiendo prohibiciones, todas ellas vinculadas a consecuencias negativas.
El no metas el dedo en los enchufes es la antesala de, no vayas por ahí, no dejes todo para última hora, no salgas con esa gente, esa compañera o compañero no te convienen. No te acuestes con fulanito. No te levantes con menganita. No fumes. No bebas. No te drogues y así tantos, que los dos tomos de El Quijote se quedarían cortos para plasmar tanto NO.
Con los años vamos perdiendo muchos miedos o tal vez ganando seguridad en nosotros mismos hasta tal punto que en ocasiones decidimos aún conscientes de lo que nos acarrearán nuestros actos correr el riesgo y sufrir las consecuencias. Porque no me diréis que no habéis hecho caso omiso a las alarmas de vuestra conciencia primero y vuestro entorno después y os habéis lanzado a la piscina a sabiendas de que allí no había ni una gota de agua. Por qué no me diréis que no habéis nunca dado unas caladas a esos cigarrillos de la falsa felicidad, o metido en vuestra cama a quién sabíais que no os convenía…
Últimamente y fruto de la primavera hormonal que padezco cuando veo un enchufe o una piscina allá voy, sin pensar, sin medir consecuencias, sin importarme nada, ni nadie, me lanzo. No miro ni a un lado, ni al otro. Carrera, impulso y…
Después de ya unas cuantas caídas mi cuerpo está lleno de cardenales, cardenales de esos que van fortaleciendo a uno por dentro y cuya cicatriz no se borra ni con mercromina, ni con betadine, ni con agua oxigenada.
El tiempo, y no en todos los casos logra enseñarnos las piedras que hay nuestro camino pero somos nosotros los que tenemos que decidir si las esquivamos o nos subimos a ellas. Yo me subo. ¿Y la conciencia?. Esa siempre llega pero la muy perra tarde y con su prima la fea, esa a la que yo llamo: ya te lo decía yo.