Confía en mí. ¿Cuántas veces hemos dicho o escuchado esta palabra cuyo valor es incalculable?. Si cotizase en bolsa a día de hoy sus acciones estarían «a ras de suelo» porque uno de los valores más preciados por el ser humano lo hemos devaluado hasta el límite, hasta tal punto que ya no creemos en él, su fuerza que debería de ser como la de un ciclón se ha quedado en una suave brisa de verano. Al igual que ocurre con nuestros ahorros hemos derrochado confianza como si nos sobrase, cuando la realidad es que todos sabemos que es un bien muy escaso. Confiamos en nuestros amigos cuando les contamos un secreto. En nuestra pareja cuando dormimos bajo el mismo lecho. En nuestra familia por eso les pedimos ayuda. En el destino y nos dejamos llevar. En la suerte y cubrimos una bonoloto. En la medicina por eso acudimos al médico. En los políticos y les votamos. Todo «patrañas». La confianza es como una sopa bien hecha con muchos ingredientes: honestidad, generosidad, bondad, verdad, inteligencia, respeto y mucho amor. Una sopa que como ocurre con los buenos caldos necesita mucho tiempo de cocción y a pesar de ello, nunca sabe igual. Los tiempos en los que un barco escora y sus tripulantes nos vamos todos al fondo son los mejores para comprobar que «el sálvese quién pueda» y este valor no caben en un mismo bote, así que la confianza al agua a ser devorada por tiburones hambrientos. Y mientras contemplo semejante espectáculo dantesco pienso: ¡qué asco!.