El verano llegó pasado el día de Nuestra Señora cuando ya nadie podía imaginar su inesperada visita. En los últimos años siempre lo hacía cuando se empezaban a recoger las primeras uvas, los niños volvían al cole y las noches ganaban fuerza y amedrentaban a los días, cada vez más cortos y templados.
Aquella lonja decadente recibía la visita de algunos barcos cuando el sol apenas había salido.
–Pouco peixe-.
Con lo capturado, ganancia para pagar lo invertido en aparejos y demás viandas. Jornales nulos. Noche calma y estrellada. La fresca, al amanecer. Sardina y xureliño pequeño, con –x, porque siempre tenía un sabor mucho más intenso.
A lo largo del paseo que bordeaba la playa con forma de concha los primeros perros arrastraban a sus dueños todavía somnolientos. A la entrada de aquel arenal un cartel que advertía de que el baño no era recomendable. Era una pena, pero el puerto tan cercano y un sistema de canalización de las aguas más populares defectuoso, convertían lo que podría ser una de las playas más bonitas de la costa norte en un vertedero poco recomendable. Todos los alcaldes que habían sujetado el bastón de mando, bien por el puño, bien por el cuerpo, lo habían hecho bajo la firme promesa de reconvertir el litoral, pero hasta el momento ninguno lo había logrado y ya pocos creían que algún valiente pudiese hacerlo, tal vez es que ya era demasiado tarde, o tal vez es que ya era imposible. Aquí al igual que en la política mundana, a veces los respetos se perdían cuando el poder mandaba y otras las estrategias eran las equivocadas. Las redes sociales últimamente daban mucho juego, una lástima bien pensado cuando puede ser tan fácil acceder al poder en un lugar tan pequeño, aunque en ocasiones por timidez, y otras por cobardía, mejor ocultarse que enfrentarse a los que queriendo o no, serán siempre vecinos. Era divertido.
A través de las ventanas de algunas cocinas se podía ver luz. En algunos casos mujeres que preparaban los cafés a sus maridos que llegaban “de la mar”. En otros jóvenes, que trabajaban en las poblaciones colindantes y tenían que madrugar, y en la mayoría el insomnio fruto podre de los años que pasaban y pasaban en silencio pero dejando su huella en rostros, piernas y miradas.
Los furgones de mercancía llegan a los pequeños negocios. A cuatro días para que comiencen las fiestas más populares del año hay que cargar provisiones. Las mesas en los próximos días vestirán viandas como en las Bodas de Caná: mariscos, pescados y carnes. Roscones, tartas y requesón. Vinos blancos y tintos. Licores caseros y menos caseros y ya por la noche copas y más copas para mojarlo todo bien. El colesterol, la gota y los triglicéridos de viaje en el olvido, hasta el próximo día 27 cuando volverán corriendo y con síntomas de asfixia.
Tocan las campanas del pueblo vecino. No sé si se trata de que uno de sus moradores ha fallecido o simplemente nos avisan de que son y cuarto, aunque mi reloj todavía marca y diez, qué más da, si aquí lo que sobra es tiempo.