BOCHORNO

BOCHORNO

Cuando levantó aquellos primeros higos de la temporada del frutero de mimbre, una manada de moscas negras y gordas salieron del aturdimiento de su festín almibarado. Estaban pesadas, pegajosas y picantonas. ¡Plaf!, ¡contra la pierna!, ¡ya van cuatro!

El enmarañamiento de nubes grises y negras era infinito. Unas se enredaban con otras y la otras con las otras. Todo era gris. Gris oscuro como una lápida agrietada a punto de abrirse y disparar los trozos de piedra con toda su fuerza y sin compasión alguna, ¡qué se jodan, los que están debajo!

Mar. Mar azul oscuro casi negro. Silencioso. Pasmado. Incrédulo ante lo que le podía caer encima. Tranquilo. Como un plato de lentejas que cuando se enfría y empieza a espesarse.

  • ¡Pues si no las comes ahora, las tendrás que cenar!-
  •  ¡Qué asco mamá!-
  • ¡No se utiliza la palabra asco para hablar de comida!-
  • ¡Tengo calor mamá!-

Calor húmedo y pegajoso que mezclado con el hedor a sudor rancio de varios días era nauseabundo. La sala de espera del sanatorio psiquiátrico no sabía lo que era una fregona ni una gota de lejía. La señora gorda y con el aliento maloliente se había declarado en huelga y todo el cuarto estaba lleno de basura. Vasos de yogures con restos cuajados. Mondas de ciruelas que con el calor se habían descompuesto y desprendían un intenso olor a vinagre y papeles y guantes sucios tirados por todas partes. El suelo estaba pegajoso de los restos de orines, escupitajos y cacas de perros y no tan perros, porque allí cada uno hacía lo que le daba la gana y donde le daba la gana.

Ya nadie se atrevía a comprar pescado. Cuando los barcos llegaban lo tiraban sobre el suelo del mercado y a paladas las pescateras lo recogían, destrozando cabezas, tripas y demás partes. Las entrañas de las sardinas, bonitos, jurelos o bocartes colgaban por todo el espacio. La sangre se secaba por paredes, adoquines y dejaba su rastro esparcido. Un olor ya inhumano hacía que nadie quisiese entrar allí dentro, salvo los sufridos trabajadores del lugar que a los que ya nada les parecía desagradable.

Todo se quedó en silencio.

Sonaron las campanas y

El cielo emitió un grito desgarrador y empezó a llover.

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