Cerca ya de los 40 la única pregunta que tenía en su cabeza era aquella que todos pensaban, pero que ninguno se atrevía a hacer por miedo a una respuesta.
Había sido un niño feliz, lo había tenido todo, o todo aquello con lo que unos padres pueden facilitarle la vida a su hijo.
Con algo de esfuerzo pues no era “ningún lumbreras” había superado todos los cursos casi con notable. Siempre había sido el ojillo derecho de sus profesores y sobre todo de sus profesoras, a las que generaba cierta ternura y con las que empatizaba muy bien. Había ido a la universidad, había estudiado el postgrado, había hecho el master, había sido becario, empleado explotado, empleado “mileurista” y hasta “dosmileurista” por algún tiempo. Despedido de buenas y malas maneras, parado, empleado sumergido, autónomo y durante todos estos años había tratado de disfrutar de la vida como el que más, con pequeños caprichos que se podía permitir a duras penas y siempre pensando que estos no venían de esfuerzo, si no del colchón familiar sobre el que apoyaba casi todo su peso, pero que le hacían el camino mucho más llevadero y alegre. A veces, y siempre a posteriori, aunque cada vez con mayor frecuencia, aparecía ese estado de remordimiento que le devolvía frases como: tienes que cambiar, tienes que controlar tus gastos, tus impulsos y tus emociones. Esas de viaje “low cost” en el mismo día, esas que su mejor amigo siempre definía como consecuencia de una inteligencia emocional superior a la media, y que él jamás fue capaz ni de apreciar, ni de creerse.
Las reuniones familiares ya habían crecido, cuñados de todos los aspectos y orígenes, sobrinos, más habitaciones, más comidas, más gente con la que compartir. El círculo de conocidos o amigos era tan amplio que podría rellenar dos o tres agendas de esas que regalaban en tiempos de bonanza las corredurías de seguros, y los objetos más absurdos se acumulaban en las distintas casas familiares, ninguna propiedad suya y “a dios gracias”. También coleccionaba relaciones más allá de la amistad, esas de cama, ron, ven y whatsapp hasta las mil. Eso no era nada cuando ninguna había llegado a superar los patrones socialmente establecidos. Es más, todas se habían quedado en el umbral de la relación efímera: ahora no es el momento o solo te quiero para esto, o no tienes un duro y no puedes mantenerme o simplemente no me gustas y bla, bla, bla, bla… Respuestas que al principio hacen a uno revolver hasta las entrañas y que con el tiempo las entrañas como ya están podridas, el miedo a un no ya desaparece por completo.
- ¡Hola papá felicidades!-
- ¡Gracias hijo! ¿qué tal? ¿todo igual?
- Sí, sin novedades-
- ¿Y?-
- ¿Y qué?-
- Sí, ¿y ahora qué?-
- ¿Ahora? Ahora nada.