HABLAR POR HABLAR…

Desde muy pequeño he medido mucho mis palabras. Por timidez, por miedo, por inseguridad o por un exceso de respeto hacia el que me escucha, me lee o me observa he tratado de controlar mi lenguaje en todo momento. Os diré que muchas veces es incómodo y en más de una ocasión he terminado con la lengua llena de ampollas.

Tras varios meses tratando de estar desinformado de manera voluntaria, un aislamiento personal y tal vez egoísta por mi parte, hace ya unos días que recibo “teletipos” a través de Twitter, que como no soy periodista, ni estoy en el foco de la noticia no puedo contrastar, pero que desde luego no me están dejando indiferente.

Hace unos minutos leo como con toda la naturalidad del mundo el vicepresidente de Venezuela habla de que el cáncer que está terminando con la vida de Chávez se debe a un “ataque enemigo”.

Ayer nuestro presidente del gobierno hablaba de cómo “sus medidas” habían devuelto la credibilidad a nuestro país. A media mañana se confirmaba que superábamos los cinco millones de desempleados.

Antes de ayer, el presidente de la CEOE habló de que “tenía la mosca detrás de la oreja de grandes empresarios” espero que esa mosca no sea tse, tse porque lo que nos faltaba ahora es que los empresarios españoles se quedasen dormidos.

Unos días antes el ministro de interior habló de su preocupación por la pervivencia de la especie en nuestro país, achacando parte de la culpa al matrimonio homosexual. El pobre hombre se olvidó de la situación económica o de un celibato tan “demodé” entre cierto estamento social.

Y viendo que aquí todo el mundo suelta “la lengua a pacer” (expresión muy gallega) ahora entiendo perfectamente porque ayer seis millones de españoles se quedaban perplejos ante el salto mortal de Falete desde un trampolín, por no hablar por hablar.