ESPERANDO LA NIEVE
Todos los que me conocéis sabéis que si hay algo que me apasiona es la nieve. No sé esquiar, muy pocas veces estuve en una estación de esquí, y no practico ningún deporte alpino. Lo que me gusta de este fenómeno es ver cómo en pocos minutos algo tan pequeño puede cambiar totalmente el aspecto de un paisaje. Recuerdo la primera vez que la nieve me sorprendió. Yo tenía tres años. Era un 8 de Febrero. Cuando me acosté, los árboles de mi parque estaban desnudos. Mis columpios eran rojos y azules. Mi calle gris. Y el campo que había detrás de mi casa verde intenso.
Unas horas más tarde, al abrir la persiana de mi habitación, algo maravilloso había ocurrido. Mis árboles desnudos se habían vestido. Mis columpios de colores estaban tapados con una manta. Y mi campo verde estaba cubierto por una alfombra. Todo blanco.
El cielo estaba gris. Un gris especial que escupía pequeños trozos de algodón y que al posarse en mi mano caliente se transformaban en cuestión de segundos en agua. Los pájaros trinaban al unísono, no sé si por el frío o porque estaban tan emocionados como yo ante aquella imagen tan novedosa para todos. De aquella ocasión guardo varias fotos. Una de ellas con mis padres, mis tíos Nando y Cani, y un muñeco de nieve que tenía como nariz una zanahoria, fumaba en pipa y al que mi tío para que no pasase frío le había dejado su abrigo verde.
Ya estoy en Madrid. La semana transcurrió tranquila. Entre antibióticos por una gripe mal curada que terminó en otitis, varios reencuentros, y la puesta en marcha de un proyecto fotográfico que si todo sale bien en breve verá la luz.
Hoy hace frío, frío serrano como aquí dicen. Los pronósticos más optimistas para mí hablan de que es probable que el Martes cuando abra la persiana de mi habitación la nieve pueda volver a sorprenderme, mientras espero esa fotografía en mi retina os dejo una imagen de la última vez que en As Pontes el fenómeno blanco lo cubrió todo. ¡Feliz Domingo!.